Es así como el sistema capitalista nos acorrala y domeña. A través de iniciativas gubernamentales promueve reformas y leyes de toda índole para reestructurar sus desajustes y saciar su propia voracidad. Las distintas Reformas del Mercado de Trabajo son un eslabón más de la paulatina modificación y supresión de derechos laborales conquistados por los trabajadores en épocas pasadas.
La precariedad en el empleo es la nueva esclavitud, una realidad que oprime al trabajador y le impide decidir sobre el presente y futuro laboral de su vida. A gusto del empresario y con el beneplácito de las administraciones públicas. El trabajador es una pieza intercambiable, sin rechistar y desechable en cualquier momento y lugar.
La rancia monserga de que hay que mejorar la productividad, ser competitivos y adaptarnos a las exigencias del mercado, es una verborrea que, por boca de políticos y empresarios, escuchamos reiteradamente.
Es un hecho que la ofensiva del gobierno y de la patronal contra derechos básicos de los trabajadores se va acelerando cada vez más según pasa el tiempo.
Conquistas que costaron conseguir décadas de luchas, aun con sangre obrera derramada, se pierden ahora en cuestión de semanas a golpe de decretos de los gobernantes en connivencia con los capitalistas. Saben que los trabajadores carecen de una capacidad de respuesta pues su organización y compromiso en Sindicatos combativos ha sido anulada por la acción de las Elecciones Sindicales, los Comités de Empresa y las subvenciones de que acaban dependiendo todos aquellos que piensan que la Patronal puede dar instrumentos para combatirla.
Los que trabajamos tenemos cada vez más la sensación de que estamos en manos de los que mandan, sin ninguna defensa posible.
Estos sindicatos oficiales, hoy, en este país, no son más que una pata más del banco que sujeta este sistema de opresión, y su funcionamiento es cada vez más vertical y jerárquico, sin participación de sus propios afiliados.
Pero no es la solución cambiar a esos protagonistas si no cambiamos la forma de actuar. Es hora ya de enterrar un sindicalismo que, heredero del franquismo, no sirve ya nada más que para gestionar las leyes que manda editar la patronal. No se puede pensar que por poner a “otros” vamos a conseguir eliminar un sindicalismo de representatividad fraudulenta. Sólo el compromiso asociativo de los trabajadores, la participación en la gestión de sus sindicatos y la transformación de las actitudes negociadoras en actitudes reivindicativas, pueden suponernos recuperar el espacio arrebatado por esos sindicatos patronales.